Sin tener considerado a Charlton Heston como unos de los mejores actores de todos los tiempos sí que que le reconozco un atractivo, un carisma y un magnetismo especial (muy similar a lo que me ocurre con Harrison Ford). Esas aptitudes brillaron como nunca en Ben-Hur, el colosal clásico de William Wyler, donde el actor estaba especialmente inspirado. Es un desenlace sumamente poderoso, con ese plano en el que Judá sube las escaleras sin acabar de dar crédito del milagro de la curación de su madre y su hermana. La mirada húmeda y azul se clava en el espectador al tiempo que la partitura de Miklós Rózsa (una de las más grandes y bellas de la historia) nos hace inequívoca la grandeza del momento. No sólo por el milagro en sí, sino también por la redención del personaje de Heston que tras ver la misericordia del propio Jesús en la cruz ha dejado atrás el odio y la venganza. Y que al fin, tras semejante recorrido vital, puede vivir feliz y en paz.
«Y sentí que su voz quitaba la espada de mi mano»… Poderosa enseñanza de amor, y de paz, que de él procede…
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